26 de octubre de 2025

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Evangelio del día

Domingo 30º durante el año

Aniversario de la muerte del H. Wences

Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo esta parábola: Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de pie, oraba así: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas».
En cambio, el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!»
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado.

El principio y el final expresan la interpretación de Lucas sobre la parábola. La parábola es reconocida como parábola de Jesús. Para interpretar bien la parábola debemos ver la relación entre experiencia y mensaje en Jesús. La experiencia nos envía al mensaje y el mensaje a la experiencia. En la parábola del hijo pródigo se nos dice que los fariseos acusaban a Jesús de comer con publicanos y pecadores (experiencia) a partir de ahí se explica el mensaje de Jesús en la parábola.

¿Con quién se relaciona Jesús? Con pecadores, publicanos, enfermos, marginados… ¿Puede anunciarles el mensaje de la ley y de la observancia? ¿Cuál es el mensaje de Dios que podía anunciarles? Que Dios está por la vida y es Dios de amor y misericordia.

En realidad, en la parábola tenemos tres personajes: el fariseo, el publicano y el templo, donde habita Dios. El templo es el lugar donde habita Dios en medio a su pueblo por medio de la ley.
El fariseo se encuentra muy a gusto en el templo, el publicano no. El fariseo es el hombre del templo y de la ley. El fariseo se justifica a sí mismo. No necesita de Dios y no tiene ninguna experiencia de Dios. Le basta con la ley.

La ley divide y desprecia. Su oración es una autosuficiencia. Yo no soy como los otros hombres porque yo cumplo la ley y los otros no. El fariseo lleno de sí mismo no necesita ni de Dios ni de los otros. El fariseo no quiere ser amado por Dios gratuitamente. No le interesa. Quiere ser amado por Dios por lo que él hace.

El publicano no se siente cómodo en el templo. Se siente observado y juzgado. No puede justificarse a sí mismo. Sólo le queda la misericordia de Dios. Ni siquiera puede asegurar que va a cambiar, pues si deja el trabajo quedará sin recursos para vivir. Lo único que le queda es confiarse a la misericordia de Dios, ella lo justifica. Bajo la misericordia de Dios todos somos iguales: hijos y pecadores.están convencidos de ser justos y desprecian a los demás”. Personas que tienen una imagen autosuficiente de sí mismas y una actitud de desprecio hacia los demás.

El texto toma el tema de la oración para ilustrar estas actitudes. ¿Cómo se manifiesta la autosuficiencia y el desprecio en la oración? La oración es un ámbito privilegiado para descubrir cuál es nuestra manera de ver a Dios, de vernos a nosotros mismos y de ver a los demás.

En relación con Dios el fariseo se ve como justo. No necesita de Dios. No es capaz de comprender la gratuidad del amor de Dios. La clave de la relación es la ley, la norma, no el amor. La relación consigo mismo es la de autosuficiencia. La relación con los demás está basada en la comparación y el desprecio.
La actitud de superioridad del fariseo es clara: “Te doy gracias porque no soy como los demás”. Son relaciones de moralidad basadas en la norma. Es un criterio externo. El fariseo no tiene ninguna experiencia de Dios. La experiencia no toca su corazón.

La actitud del publicano nace de la conciencia de su miseria y de la necesidad de la misericordia de Dios. Jesús quiere que en nuestras relaciones adoptemos las actitudes de pobreza y la certeza que Dios dirige su mirada hacia los pobres como canta María en el magníficat. Dios se vuelca sobre la pobreza humana. La pobreza deja espacio a Dios para ser Dios.

La parábola acaba con una llamada a la humildad, desde donde se da la acogida del otro. En nuestra oración podemos situarnos en la autosuficiencia o en la pobreza. La oración del fariseo sirve para cultivar su propia imagen, no para conocer la imagen de Dios. (Hno Merino)

Jesús y los pecadores
Está de su lado, como Dios está de su lado. El fariseo no ora, habla de sí. El publicano reza a Dios desde su impotencia y pobreza, desde su vida. Pide piedad, sabe que su vida no es vida sin la mirada misericordiosa de Dios. Dios está en el templo no como juez, sino como Padre. El publicano cultiva su vínculo con Dios como hijo, le reza a él, confía en que el Dios revelado por Jesús, debe ser como él, acogedor, interesado por los pobres, por los que padecen injusticias, por los que se sienten poco, etc.


Digo esto para muchos de entre ustedes que se imaginan quizá irreprochables porque su conducta exterior es regular en apariencia pero que sin embargo en realidad pierden insensiblemente el espíritu de su estado, al perder una tras otra todas las virtudes que le son propias; así en ellos, no hay ya humildad, ni obediencia, ni abandono cordial con los superiores, sino murmuraciones y quejas secretas; su lenguaje será edificante, evitarán faltas groseras y escandalosas, observarán y echarán en cara muy justamente a los otros las menores faltas a la Regla; pero se permitirán ellos mismos una multitud de cosas que ella condena; no  tendrán escrúpulo, por ejemplo, en faltar habitualmente a la caridad, es decir, violar el primero y más grande de los preceptos, no una ley escrita por mano de hombres, sino la ley divina del santo evangelio de Jesucristo”. (S VII p. 2262-2263)

Fueron dos hombres al Templo un día a orar:
un fariseo y un publicano.
El primero erguido oraba en su interior
dando gracias por ser bueno y por no ser un pecador.
Mientras tanto el publicano sin levantar mirada,
no dejaba de golpear su pecho al tiempo que rogaba:
“Oh Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador”

Pues, el publicano, a casa llegó justificado,
pero el fariseo, lleno de soberbia se quedó.
Los que se enaltecen solo serán humillados,
mas los humildes obtendrán perdón,
tendrán perdón.

Hay quien se tiene por justo y por cabal
y por sí mismo, se cree salvo.
Pero sólo Dios la gracia puede dar;
no hay un santo que lo sea sin amor a los demás.
Hay en cambio el que, sabiendo
ante el Señor en qué ha fallado,
el perdón pide contrito.
Sus esfuerzos no han bastado
y le dice a Dios:
“Piedad de mí que soy un pecador”.